Un mensaje en un contestador automático era su única esperanza para poder volver a casa, en la otra punta del planeta y después de mucho tiempo, habiendo perdido todas las llaves (esas que suelen ser de plástico o papel con la cara de ilustres ciudadanos) que abren las puertas en este mundo. Y ahí estuve. Y así me gané el cielo. Y una cena casera en París.
Hagan el bien sin mirar a quien.
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